Ésta es una de esas entradas que recuerdan lo que ocurrió hace un tiempo.
Ya sabéis que el nombre de los bebés es uno de los temas de opinión favoritos de familia y amigos durante todo el embarazo. Por un lado puede resultar enriquecedor y hasta divertido, y por otro te puede tocar las narices. Suelo estar en el primer grupo, me gusta ver los gustos de familia y amigos, y en algunos casos me he reído de buena gana con las ocurrencias. (Como la de mi padre para niña: Atala, que ya lo intentó hace 37 años y tampoco funcionó)
Lo primero que tengo que decir es que a mi madre no le gusta ninguno de los nombres de mis hijos, y me lo hizo saber muy clarito desde el principio, me comunicó los que a ella le gustaría, le dije que no y se terminó la conversación.
Con la madre de mi marido la cosa no fue tan fácil, empezamos con el niño. Quería que se llamara igual que su marido, fallecido hace muchos años, e igual que mi marido. Con mi marido ya se aplicó diminutivo, que todavía siguen usando en su casa, con lo cual la cosa quedaría de esta manera, poniendo por ejemplo que se llamaran Antonio:
-Toño (por mi marido), ven corriendo, que Antoñito está a punto de caerse de la trona.
Y la verdad es que Antonio no me gusta.
Como teníamos el nombre decidido, nos mantuvimos fuertes y ahí se quedó la cosa.
Pero llegó la niña, y la madre de mi marido pensó que tenía que idear una estrategia mejor para salirse con la suya, que la simple petición a los padres no había funcionado.
Para la niña también teníamos elegido el nombre, y daba la coincidencia que era el nombre de la abuela materna de mi marido, y por el cariño y amor que mi marido y yo teníamos hacia mi abuela paterna, decidimos añadirlo como segundo nombre, que aunque no lo íbamos a decir, nos gustaba el hecho de que tuviera esa herencia de las bisabuelas. Pongamos que el nombre elegido fuera María, y el segundo Enriqueta.
Y ahora pone os en situación, día de Reyes, después de que toda la familia de mi marido,(cuatro hermanos, parejas de hermanos, sobrina, dos primos y dos tíos), abrieran sus correspondientes regalos de reyes, la madre de mi marido se sienta muy ceremoniosa y pide que escuchemos todos un momento y saca un papel del bolsillo:
-Ya no me quedan muchos años de estar con vosotros, y tengo una petición que hacer a los Reyes Magos, me gustaría que la nieta que nacerá este año, tenga el nombre de su bisabuela, pero no el de mi madre, sino el de mi suegra, y el de su otra bisabuela lo mantenéis como ahora, me gustaría que mi nieta se llamara Flora Enriqueta.
Toda la familia muda, nadie reaccionaba. Y mi marido me susurra al oído:
-Olvida en este mismo momento el nombre de Flora y Fuana Enriqueta, haz como si nunca lo hubieras oído, quiero seguir casado contigo cuando nazca la niña.